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Crónica desde el interior de una campaña política

by en 04/21/2013

Por: Jorge Andrés Varela

Llegué en la tarde, un poco pasadas las 2, con una meta clara: observar con ojos de antropólogo, de etnógrafo, para registrar todos los eventos notables, todas las curiosidades que, en el fondo, son la base de la cultural electoral colombiana. Era la campaña para autoridades locales de 2011. El directorio, una casa relativamente antigua, quedaba sobre una de las vías principales de la ciudad; estaba rodeado de “negocios” donde la gente se detenía a comerse un perro, una hamburguesa, o simplemente a tomarse una gaseosa,  unos “traguitos”. Entre un gran ruido, carros, “chuzos”, un sinfín de personas con afán, se encontraba la gran pancarta que hacía visible el directorio, lo que le daba existencia para el transeúnte en medio del caos: VOTE POR ____ al Concejo, VOTE POR ____ a la Asamblea, ¡ ______ a la alcaldía!, ¡______ a la gobernación! Los colores de la pancarta chillaban. Sin duda se hacía notar.

Entré temeroso pero, como en toda campaña política ávida del triunfo, fui recibido inmediata y cálidamente por la secretaria:

– ¿Es usted el joven Jorge, verdad? Sí me dijo el Candidato que vendría, que quería conocer un poco cómo es eso de una campaña política en el momento de las elecciones. Ya va a ver lo duro que es; pero con un poco de suerte también tendrá la oportunidad de conocer lo que significa llegar al Concejo de esta ciudad.

– Sí. Me alegra que le haya comentado, es un poco intimidante todo. No conozco a nadie que no sea el Candidato – respondí.

– No se preocupe, aquí todos somos muy amables. Más bien sígame, al Candidato le alegrará verlo. Me dicen “La Negra”, puede llamarme así. Hoy es un día especial, recuerde que mañana son las elecciones. Pronto comenzarán a llegar muchas personas.

La seguí. El directorio tenía dos pisos. El primero, amplio y con pocas oficinas, se parecía más a un salón, propicio para reuniones de masas y actividades proselitistas. Al segundo se accedía por unas estrechas escaleras ubicadas cerca a la mesa desde donde despachaba la secretaría y donde fui recibido. Subimos. En la primera oficina a la vista estaba el candidato rodeado de su grupo de trabajo; visiblemente cansado aunque con voz entusiasta me abordo una vez me hubo reconocido, mientras La Negra daba vuelta para su lugar de trabajo:

– Lo estaba esperando, Jorge. Me alegra verlo. Pronto se va a terminar este desgaste. Es que, aunque no lo parezca, la vida del político es terriblemente desgastante. Y la gente dice que no trabajos, ¡ridículo!- exclamó indignado. Ahora mismo comenzarán a llegar líderes de toda la ciudad, acompañados de pregoneros. No se asuste si ve que les repartimos plata. No estamos comprando sus votos. A los pregoneros se les paga un día de trabajo. Son los encargados de repartir publicidad, de colaborar logísticamente para que la maquinaria funcione. Es que sin maquinaria no hay curul. Y sin curul, todo el trabajo de la campaña está perdido.

En efecto, el rumor político de la ciudad daba a este candidato como seguro ganador de una curul en el Concejo. Era su primera campaña como candidato, mas tenía larga experiencia en éstas: había sido gerente de la campaña de un concejal en ejercicio que había decidido dejar el grupo político luego de su segunda elección; había acompañado durante casi 20 años las campañas de un Representante a la Cámara; y había ayudado sustancialmente a la reciente elección de otro cuando el anterior, al que tanta fidelidad le había profesado, había decidido no aspirar más. Eso, consideraba, le daba cierta ventaja: su experiencia y el hecho de estar apoyado por un Representante a la Cámara en ejercicio. Los medios de comunicación locales no había dejado escapar estos hechos. Que hay que aspirar a los 10 mil votos para sacar 5 mil, decía. Que los medios me ponen 7 mil, que con eso soy concejal, insistía.

Permanecí la siguiente media hora alrededor del Candidato y de su círculo más cercano.  Se preparaban para recibir a los líderes y a los pregoneros. Esta preparación incluía innumerables llamadas, en las que se incluyeron un par al Representante a la Cámara y al candidato a la Asamblea. Se dirigían al primero con un respeto inusitado, lo que no sucedía cuando se comunicaban con los líderes. Comenzaron a sacar tablas con la lista de quiénes venían y revisaron los cajones de la mesa donde se sentaba el Candidato pues ahí se encontraba todo el dinero a repartir. Se esperaba que comenzaran a llegar desde las 3:30 hasta quién sabe qué horas, como se afirmaba dentro de la campaña.

Dicho y hecho, a las 3:45 ya la fila ante la oficina era inmensa. Yo decidí salir de ésta pues el calor y la embriaguez de la filigrana política me hicieron sentir abrumado. La fila se alargaba hasta las escaleras y, de una vez, hasta el primer piso. La mayoría de las personas en ésta se mantenían expectantes y con cierto malhumor. Nadie hablaba con nadie con excepción de una pareja que apenas se cruzaba algunas palabras. El ruido venía del grupo de campaña que estaba dedicado a atender la logística y los reclamos que no faltaban. Es que tengo afán, decían algunos. Es que yo lo que quiero es hablar un buen rato con el Candidato pues necesito que me ayude, decía doña Martha, lideresa de una de las zonas de más baja expectativa de voto para el Candidato. Más tarde me enteraría que el número de pregoneros se acercó a los doscientos, toda una muestra del poder de convocatoria de… el dinero que entregaban para el trabajo.

En ese momento me percaté de que me estaba perdiendo algo fundamental: no estaba registrando, no estaba observando, lo que estaba sucediendo en el fogón que era la oficina a donde ingresaban los pregoneros a recibir su dinero. Decidí pues, ingresar de nuevo, no sin notar la mirada escrutadora de los miembros del equipo de trabajo del Candidato. Me senté en una de las esquinas. El Candidato, por supuesto, estaba sentado en el único escritorio del cuarto. A su derecha estaba una secretaria, encargada de llevar las cuentas mientras el Candidato cumplía con su deber de impeler al trabajo, a la acción, de recordarle al pregonero el compromiso con “este proyecto político”, como decía, como si hubiera tal y no sólo una competencia electoral. Se dejaba entrar de acuerdo a la fila y se cerraba la puerta una vez el pregonero ingresaba. Todos, sin excepción, parecían asustados una vez adentro. Un miedo compartido por todos en la habitación por diferentes motivos: el pregonero por la relación de autoridad que traslucía la actitud del Candidato; los miembros del equipo de trabajo por el temor a que un “indeseado” se colara en la repartición- léase: algún miembro de alguna banda de las que ahora pululan en las ciudades del todo país; y el Candidato por miedo a que la protección de dos policías que se encontraban en la entrada del directorio no fuera suficiente y que por tanto sus recursos estuvieran bajo algún tipo de riesgo. En esas entraron separada y seguidamente a quienes identifiqué como la pareja que algo hablaba, que era algo así como el único rasgo de cooperación y convivencia en la fila de pregoneros ansiosos por su pago anticipado. No pude evitar pensar que ya tenían con qué comprar el mercado de la próxima semana. Y de cuenta del Candidato, el mismo que confiaba en su desempeño laboral, si así puede llamársele.

Bien entrada la media noche el directorio comenzó a perder vitalidad. El cansancio, el agotamiento y la sensación de la labor cumplida, además de la ida de los pregoneros, comenzaron a darle paso a cierta tranquilidad. Me fui cuando ya la fila se había agotado completamente. Al día siguiente vería cuál sería el resultado de todo ese ajetreo.

Esperé los resultados en mi casa. Con victoria o no, más tarde estaba invitado de nuevo al directorio para festejar lo que, ellos insistían, sería una victoria clara; o, en caso contrario, para acompañar en la derrota. Y así fue: el Candidato, a pesar de su larga trayectoria en diferentes campañas políticas, no logró los 3 mil votos. Fue una derrota contundente. Me acerqué al directorio a eso de las 7 de la noche, cuando ya no había nada que hacer, cuando el resultado era irreversible y cuando no había ya esperanza. El contraste con el día anterior fue inmediato. Me recibió La Negra visiblemente afectada. Subimos de nuevo al segundo piso. Sólo había unas cuantas personas – el grupo de trabajo más cercano- en la oficina donde el día anterior el Candidato había estado entregando el dinero. Las largas filas eran cosa del pasado. Habían dejado solo al Candidato en la derrota.

Cuando ingresé a la habitación me percaté de que quien estaba en la silla del único escritorio no era esta vez el Candidato. Lo reconocí inmediatamente: era el Representante a la Cámara que había apoyado al Candidato, quien a su vez se encontraba rezagado con rostro lúgubre en una de las esquinas:

-¡Ah, Jorge! Gracias por venir. Me imagino que ya se enteró de que perdimos. Ya ve cómo es esto. Nos engañaron: uno les paga y aun así no trabajan. También fallamos en confiarnos en lo que nos decían los líderes. Muy pocos nos cumplieron. Es que uno es bobo, ya me llamaron a contarme que vieron a  _____, el líder del barrio____, trabajando para la campaña para los conservadores. Que nos ponían quinientos votos en tal parte, que obvio estaban comprometidos, que contara con cien votos en este barrio, ¡mentiras! Pero bueno, nos hicimos contar, hicimos el ejercicio de lanzarnos, eso ya es algo – me dijo el candidato.

No todo era, empero, fracaso: el candidato a la Asamblea había logrado su curul. Los presentes llamaron a felicitarlo: que qué alegría, que por lo menos usted nos va a poder colaborar, que estamos fortaleciendo el equipo, que no se preocupe, Candidato, que yo le voy a ayudar. El teléfono del Representante no  dejó tampoco de sonar, las buenas noticias provenían de los pueblos donde él había logrado establecer alianzas con candidatos a las alcaldías y a los concejos municipales. Celebraba con mayor ahínco haber logrado la alcaldía de su pueblo natal, a unas 3 horas de la ciudad donde nos encontrábamos. Para ser justos, el Representante estaba medio borracho de alegría por esta victoria, pero también medio borracho de tristeza por la derrota del Candidato quien, a fin de cuentas, era uno de sus buenos amigos y sin duda había sido un pilar de la campaña en la que había sido electo. Sus cuentas le daban una irrebatible certeza de que su grupo político se estaba fortaleciendo. Había llegado a la Cámara sin apoyo de alcaldes, ni de concejales, ni de diputados, sólo con el impulso de un directorio ya formado aunque sin líder visible (recordemos que el anterior Representante había decidido no aspirar más) y el apoyo de un Senador; ahora había logrado elegir cinco alcaldes en municipios, un diputado y varios concejales. Perfecto para aceitar la maquinaria. Y sí, estaba borracho, tenía una botella de whisky consigo.

– Tranquilo Candidato, todos acá sabemos que eso votos son suyos y de nadie más. Yo no le colaboré lo suficiente, lo mantuve descuidado por andar en las campañas de los pueblos. Pero no se preocupe. Todo lo contrario. Dígale a su hijo que se sienta orgulloso, que no lo vamos a abandonar, que usted es un verraco – exclamó el Representante entre dos tragos de whisky.

Después de todo, lo que el Candidato necesitaba era consolación y ayuda: las deudas que dejaba la campaña se avecinaban, no había que olvidar que los pregoneros no se habían pagado por arte de magia…

Jorge Andrés Varela 200910782

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